06 enero 2007

Familia, divina familia

No sé si en vuestras casas sucederá como en la mía, en la que cada comida familiar termina en batalla campal. Hoy, mientras mi padre, alineado a la derecha de Zaplana y Acebes, discutía con mi hermano sobre la negociación con ETA, me di cuenta de pronto de que es imposible que ETA y el Estado puedan llegar a entenderse si entre nosotros mismos, en una comida de Reyes, no lo conseguimos. Quizá es la nostalgia del fin de la Navidad, aunque suspirase por su llegada, o quizá es la inevitable vuelta a la rutina. Pero hoy he sentido que la paz no está al alcance de nuestras manos. Está en las manos de cuatro descerebrados, y eso no augura nada bueno. Decía Gandhi que no hay caminos para la paz, la paz es el camino. Pero cómo podemos exigir la paz, cómo podemos exigir a nuestros políticos que se entiendan si nosotros mismos nos enrocamos en nuestras posturas e impedimos que nos llegue nada de las contrarias. Quizá el único secreto de todo esto está en abrir los oídos, en escuchar al que tenemos en frente, aunque sintamos que se equivoca de pleno. Soy la primera en no hacerlo, por eso mi propósito de Año Nuevo va a ser este, escuchar aun a quienes considero equivocados. Intentar entender sus argumentos, siempre que los tengan.

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