Me gustan los neanderthales. En la oscuridad del Paleolítico, fueron los primeros en utilizar el fuego a su antojo y los primeros en creer que la muerte no era un adiós, sino el paso a un más allá que simbolizaron con los primeros enterramientos (mi agnosticismo no me impide admirar esta imaginación prehistórica que hizo nacer la espiritualidad millones de años antes de que la monopolizaran las religiones). Durante siglos el hombre se ha creído descendiente del homo sapiens, despreciando al neanderthal por falta de pruebas. Pero ahora un cráneo ha cambiado las cosas. Quizá, pero sólo quizá, un neanderthal y una sapiens cruzaron sus caminos y un gen de esta especie pasó a la de nuestros antepasados, beneficiando a nuestro cerebro, que mejoró con esta aportación. Dicen los científicos que el rastro genético que pudieron legarnos los neanderthales es tan ínfimo que quizá una noche de sexo, o quizá de amor, quién sabe, bastó para regalarnos ese gen. Los miércoles tengo clase de Prehistoria, estudio Historia en la Uned, y la última clase el profesor habló precisamente de esas dos especies, neanderthal y sapiens, que convivieron durante miles de años sin que haya certeza de que llegasen a cruzarse. Quizá este último descubrimiento sea esa certeza, y nuestra Historia empiece a escribirse de nuevo. No me importaría ser el fruto de una noche de amor en la oscuridad de los tiempos.
11 diciembre 2006
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2 Comments:
Plas Plas Plas Plas... no tengo palabras, más que para aplaudir sin más. Me ha encantado esta entrada!!! Gracias!!!...
ja ja ja contigo da gusto!!!!
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