Estoy buscando un quad. No para comprarlo. Es que su dueño y yo tenemos unas palabras pendientes. Así que toda ayuda será bienvenida. Es un quad color rojo, matrícula 2935. Sólo me dio tiempo a ver una de las tres letras de la matrícula, una D. El sábado, sobre las siete y media de la tarde, circulaba por la carretera de Camposancos, que une Vigo y Baiona. Venía picándose con otro psicópata a lomos de un ciclomotor. En un momento determinado, me adelantó. Qué pena que fuese en línea continua y justo cuando venía un coche de frente que casi lo embiste. Porque para esquivarlo se empotró contra mi coche nuevo, que estrené hace una semana. Vale, a mi coche no le pasó nada, superado el susto inicial, tiene sólo un pequeño rasguño. Pero quiero denunciar a ese psicópata por conducción temeraria. Como el amable personal de la Guardia Civil de Tráfico de Pontevedra me mandó finamente a la mierda porque me faltaban las dos últimas letras de la matrícula (por favor, ¿era tan difícil comprobar las cifras y la primera letra y buscar un quad?), os necesito. Si alguien ve un quad con matrícula 2935 D, que anote las otras dos letras.
Recuerdo otro momento cumbre de los Diarios de Milá. Bustamante, en Madrid, llamando ladrón a un inmigrante que vendía copias de sus discos. La mirada de terror del vendedor se me quedó grabada, así como la histriónica actuación de Bustamante y Milá, dueto inolvidable.
Me pregunto si a alguien que se desgañita hablando de decencia, de honradez, de principios éticos, no le resulta chocante presentar un programa que utiliza la cámara oculta. Creo que, si hay algo reprobable, es grabar a una persona sin que ella lo sepa, e inducirla, como tan bien hace el equipo de la Milá, a reconocer sus delitos, faltas u obsesiones.
Lo dicho. El periodismo se ha suicidado, antes de que lo matáramos entre todos.
Hubo una vez una guerra que rompió en pedazos un país que cuando yo era niña se llamaba Yugoslavia y del que recuerdo, sobre todo, una increíble selección de baloncesto. Tengo grabada la imagen de aquellos hombres alargados, volando por la cancha. Años después supe que en aquel país construido de modo artificial la imposible convivencia entre etnias, religión y nacionalismo llevó a una terrible guerra civil. Era ya una apasionada estudiante de Periodismo cuando estalló. Asistí impotente a cien batallas en el corazón de Europa, que nos llenaron a todos de cicatrices aun sin darnos cuenta. Y recuerdo que pensé muchas veces: ¿Y si aquí pasase lo mismo? ¿Cómo resistiría yo ver mi hogar arrasado, cómo soportaría ver morir a mi familia, cómo podría asumir la destrucción de todo mi pequeño mundo?
De aquella primera guerra, además de dolor, quedó una nueva división geográfica, que iría cambiando aún más en los años siguientes. Fue entonces cuando la palabra Bosnia se hizo tristemente famosa. La guerra de Bosnia. De aquel horror todavía hay restos (las guerras yugoslavas duraron diez años) y no sólo en el alma de las personas. Hay armas. Muchas armas. Restos de la guerra que nadie recogió.
Dejan Tomic tenía cinco años. Jugaba con un amigo un año mayor en la ciudad nororiental bosnia de Bijeljina. Encontraron una ametralladora y jugaron con ella. Dejan está muerto. Su amigo vive, pero seguramente también ha muerto, en cierto modo.
A bombo y platillo anuncia el Gobierno que dará 210 euros al mes a cada joven de entre 22 y 30 años que alquile una vivienda. La Xunta de Galicia también aporta ayudas al alquiler a menores de 35. Yo, como tengo 36, aunque gano una media de mil doscientos euros al mes, no debo ser merecedora de semejantes ayudas. ¿Quiere esto decir que me parece mal que se ayude a los jóvenes? En absoluto. Lo que me pregunto es por qué esas ayudas no son para todos.
Los animales tienen las cosas claras: matan a sus enemigos, a sus rivales y a su alimento. Protegen a su manada y, normalmente, mueren con dignidad. El ser humano, a priori el animal más inteligente de todos, no sabe hacer bien ninguna de estas cosas. Quizá la clave está en los putos sentimientos, que a veces nos hacen enormes y a veces infames. Los expertos llevan un tiempo intentando explicarnos que el quid de todo está en nuestro cerebro. Que es posible detectar desde la infancia a los psicópatas, por ejemplo. En el reino animal, la manada no dudaría en despedazar al ejemplar defectuoso y, por tanto, peligroso para ella. En el reino humano, digamos que sería políticamente incorrecto.
La policía española está convencida de que la gran afluencia de pateras en el litoral gaditano no es una casualidad. El País cuenta en su edición de hoy que desde el pasado lunes han llegado a las costas de Cádiz 12 embarcaciones, de las que Salvamento Marítimo y Guardia Civil han rescatado a 173 personas, mientras que más de cincuenta huyeron. Y este repunte en la llegada de inmigrantes puede deberse, según la policía, a que están siendo usados por los narcotraficantes como señuelos, como cebos.
¿Qué otro animal que pise la Tierra podría ser tan cruel? Hay pocas cosas tan dolorosas como ese viaje de tu país a lo desconocido, sobre un barco de mierda en un mar impredecible. Hay pocas cosas tan desgarradoras como la mirada de esas personas cuando alcanzan el que ellos creen el paraíso, que no es más que una extensión del infierno que dejaron atrás. Hay que ser un auténtico cabrón para utilizar a esas personas para ganar dinero. Lo hacen, cada día, las mafias. Ahora se suman los narcos.
Foto: El País (Lugar donde fue atacada Elena)
